jueves, 8 de abril de 2010

Kids.


Yo no quiero ser grande,

soy un niño Toys-R-Us”


Con tán peculiar jingle que bautizamos nuestra infancia. Años luz de haber extraviado la inocencia y seguimos sin saber crecer, o tal vez pretendiendo nunca haber aprendido. El simulacro del vintage, el afán con la nostalgia y el cliché, nos delatan. Nunca hemos querido dejar de jugar. Jugamos los juegos que nos transportan, los juegos son nuestra máquina del tiempo, propulsada por combustible de etileno y embrujos, yerbas, gofio y hormiguitas pseudo-azucareras.


Nos hemos auto-condenado al infantilismo perpetuo. Bici, Nintendo, tiritapate arrebatao, mímica en ácido, glowsticks extasiados brincando dentro de peregrinas glow in the dark. A mí personalmente, mi preferencia es por los artefactos pre-photoshop e illustrator, los espirográfos. Cómo los giroscopios y las pizarras hechas de crayola… la uña sustituto perfecto para la tiza, luego un sucio imposible de limpiar.


El universo ha sido creado por patrones dibujados por estas contrapciones divertidas... si Dios existiera, sería un niño aburrido que con tanta imaginación cometió el error de inventar la existencia. Una existencia estructurada por patrones y enrredos dibujados con espirografos de $1.99.


Si Dios existe, es un niño que nunca quiso crecer y mi generación decidió adoptar su complejo. Juguemos... es lo único que nos mantiene al borde de no zambullirnos al mar de la rutina o de los cubículos, las oficinas, los “power-suits”. El porvenir es un juego al azar. ¡Que emoción!


Puedo comprar mi infancia en E-bay...o la tuya. Puedo comprar mementos que me mantenga alejada de los momentos del presente. Podemos vivir permanentamente en el pasado, aunque no lo recordemos. Hemos reunciado al presente y así vivimos en un tiempo que no existe, en algo que ya no es. El pasado no existe pero si existe el maquillaje, los green screens y la simulación de los remakes de Hollywood que nunca serán como los originales. Pero compraremos taquillas, para comprar nuestras memorias y tratar de encontrar la identidad que como grupo renunciamos a encontrar. No nos queda otro remedio, estamos obligados a jugar.




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